Donald Trump confirmó plenamente ayer que su flamante gobierno se dirige a desarrollar una política de "guerra comercial" contra China, México y el resto de los países exportadores del Lejano Oriente, tal cual lo había expuesto a lo largo de su campaña y en el período de transición tras su victoria electoral.

"Desde hoy en adelante, una nueva visión gobernará nuestro país. Desde ahora en más, esto va a ser América Primero", dijo el nuevo presidente de Estados Unidos tras remarcar una y otra vez en sus slogans proteccionistas, populistas y demagógicos contra el establishment norteamericano.

En realidad, el discurso de asunción se limitó a sintetizar en algunas frases efectistas el mucho más vasto contenido programático que han ido exponiendo los miembros más importantes de su gabinete en las últimas semanas.

En este sentido, las definiciones vertidas ante el Comité de Comercio del Senado estadounidense por el nuevo secretario de Comercio propuesto por Trump, Wilbur Ross, fueron, quizás, las más elaboradas y precisas sobre el curso que piensa seguir el nuevo presidente de manera casi inmediata.

Ross consideró que las amenazas lanzadas por Trump durante su campaña electoral en el sentido de que impondrá aranceles del 45% sobre las importaciones chinas a Estados Unidos y del 35% sobre las provenientes de México, han sido "útiles" para mostrar que viene un cambio y como base de futuras negociaciones.

"Cuando comienzas con tu adversario dando a entender que tendrá que hacer concesiones, tienes una buena base para comenzar" a discutir, dijo Ross, en una clara traducción de lo que es una orientación de presión extrema sobre aquellos países para que cedan a las exigencias que hará Washington en breve.

De hecho, esta definición contiene quizá la clave de toda la orientación y el estilo político del nuevo presidente quien, según Ross ha fijado como primera prioridad la renegociación del NAFTA con México y Canadá, algo que sería oficialmente anunciado por el gobierno de Trump en los próximos días.

Ross señaló abiertamente a China como la principal preocupación de Estados Unidos al señalar que es el más país "más proteccionista" y criticó al líder de aquel país, Xi Jinping, por la defensa que hizo del libre comercio y la globalización en el Foro de Davos la semana pasada.

"Es más lo que ellos hablan del libre comercio de lo que realmente lo practican", sentenció Ross ante el comité senatorial en Washington. Sin embargo, Ross se cuidó mucho de ser partidario de una política de "guerra comercial" al declarar que "soy muy cuidados sobre estos (efectos de la época de aranceles arancelarios proteccionistas de los años 30) y de las consecuencias que tuvieron. Ojalá hayamos aprendido las lecciones de la historia. Si esto no funcionó muy bien entonces, probablemente no funcione muy bien ahora".

Esta orientación de Trump está creando una creciente preocupación no sólo entre sus socios comerciales de todo el planeta, empezando por China y las naciones exportadores del Sudeste Asiático, sino también en la Unión Europea (UE), atacada por el presidente estadounidense al pronosticar que está destinada a la desaparición por nuevos episodios de Brexit en su seno.

Pero, además, genera incertidumbre y malestar en las grandes multinacionales norteamericanas, presentes en China, México, Asia y en todo el planeta, con una división interna del trabajo que determina sus inversiones en cada región de acuerdo con sus análisis de costos, objetivos de producción y de ventas.

Una guerra comercial con China y un acercamiento geopolítico a la Rusia de Putin como está planteando Trump, supondría un riesgo mayor para la macroeconomía del planeta, pues cuestionaría el crecimiento mundial, generando alta volatilidad en los mercados financieros y todos los activos, en un camino de crisis de la globalización iniciada tras el derrumbe de la Unión Soviética hace un cuarto de siglo.

Después del discurso de ayer, las alarmas han saltado en todo el planeta. La "amenaza china" a Estados Unidos no es, en realidad, más que un pretexto del nuevo inquilino de la Casa Blanca y de una parte de la clase empresaria estadounidense para ensayar un nuevo proteccionismo cuyas medidas no dejarán de afectar a ninguna región del planeta.

Bien mirado, el declive industrial y exportador de Estados Unidos no comenzó, como lo denuncia el "trumpismo" con el ingreso de China a la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 2001, ya que el déficit comercial estadounidense se expandió en la segunda mitad de los 90 y no paró de crecer hasta la gran crisis del comercio mundial en 2009.

China, según un estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) con sede en París, se fue transformado progresivamente en el punto de exportación de productos finales que incluyen partes y componentes fabricados en los países de la región (Corea del Sur, Singapur, Vietnam, Taiwán, Malasia), con destino final a Estados Unidos y Europa como principales mercados.

En la medida en que los bajos costos salariales de China, Asia, México o Brasil atrajeron las inversiones externas de Estados Unidos (y de Europa), el déficit comercial de Washington aumentó más y más. Lo mismo ha ocurrido en el caso de la UE.

Desde este punto de vista, la utilización de barreras comerciales para frenar las importaciones procedentes de China, Asia y México (parte de cuyos productos provienen de China) podrían probarse ineficaces, creando graves problemas de costo y de abastecimiento para las empresas estadounidenses, sin mencionar las consecuencias de las medidas que pondrían en marcha Pekín como represalia contra Washington.

Finalmente, no debería olvidarse que las guerras comerciales han sido, en la historia económica, el resultado de problemas que rebasan el terreno del intercambio mundial y cuyas raíces deberían buscarse en las contradicciones y los desequilibrios inherentes al funcionamiento del sistema capitalista mundial.